viernes, 4 de abril de 2014
EL MAR Y LA SERPIENTE, PAULA BOMBARA
domingo, 7 de abril de 2013
Cuentos fantásticos argentinos, AA. VV. Selección de Nicolás Cócaro. Editorial Emecé.
Chicos, a continuación dejo la lista de cuentos incluidos en esta antología que están disponibles en la red. Clickeen sobre los títulos y la página los va a direccionar hacia el sitio donde están alojados.
"La lluvia de fuego", de Leopoldo Lugones.
"Más allá", de Horacio Quiroga.
"El fantasma", de Enrique Anderson Imbert.
"En memoria de Paulina", de Adolfo Bioy Casares.
"Las ruinas circulares", de Jorge Luis Borges.
"Casa tomada", de Julio Cortázar.
"El teléfono", de Augusto Mario Delfino.
"La galera", de Manuel Mujica Láinez
"El cuervo del arca", de Conrado Nalé Roxlo.
"La red", de Silvina Ocampo.
Lamentablemente, los otros cuentos de la antología no están disponibles. Si alguno los encuentra, me avisa en clase y los incluimos.Los títulos y autores son:
"Dos veces el mismo rostro", de Vicente Barbieri.
"Un cuento de duendes", de Leonardo Castellani.
"La confesión de Pelino Viera", de Guillermo Enrique Hudson.
"El coronel de caballería", de H. A. Murena.
"Pudo haberme ocurrido", de Manuel Peyrou.
Por lo pronto, ya tienen material para comenzar. ¡Felices lecturas!
PATRICIA
domingo, 3 de junio de 2012
Mitos y leyendas
martes, 20 de marzo de 2012
El gato negro y otros cuentos, de Edgar Allan Poe
Chicos, les dejo los links para que puedan leer o descargar los cuentos del libro. Al hacer click sobre cada título, el sitio los va a llevar a la página desde la cual pueden leerlos. Los cuentos son:
"El gato negro"
"El escarabajo de oro" (el título en el libro de Editorial La Estación es "El insecto de oro")
"El corazón delator"
"El pozo y el péndulo"
martes, 25 de octubre de 2011
Literatura y Peronismo
PEQUEÑOS, LES DEJO LOS TÍTULOS DE LOS CUENTOS CON LOS QUE VAMOS A TRABAJAR. HACIENDO CLICK SOBRE ELLOS ACCEDEN AUTOMÁTICAMENTE A LOS SITIOS:
"La fiesta del monstruo", Bustos Domecq
"El simulacro" y "El otro", Jorge Luis Borges
"Casa tomada" y "Las puertas del cielo", Julio Cortázar
"Cabecita negra", Germán Rozenmacher (recuerden que éste aparece en la Antología del Bicentenario I -el de tapa roja-, yo preferiría que lo trabajen desde ese libro)
ESPERO QUE DISFRUTEN LAS LECTURAS. POR SUPUESTO, HAY MUCHÍSIMOS MÁS EJEMPLOS SOBRE EL TEMA LITERATURA-INTELECTUALES-PERONISMO, PERO EL TIEMPO NO NOS ALCANZA. LEAN Y PREPÁRENSE PARA EL DEBATE EN EL AULA.
viernes, 2 de septiembre de 2011
Martín Fierro, José Hernández - Trabajo Práctico
1) Analizar métrica y rima de las tres primeras estrofas del poema.
2) En el prólogo de 1872, Hernández declara que su intención es presentar tanto las virtudes como los vicios del gaucho. Determinar virtudes y defectos del personaje, y apoyar cada uno con una cita textual.
3) ¿Cómo aparecen caracterizados indios y negros? ¿Qué relación tienen con el gaucho? ¿Se modifica en el transcurso de la primera a la segunda parte? Justificar.
4) Releer, en
5) Según Josefina Ludmer, los cantos II y XIII de
6) a- En el canto VII (“La ida”), el personaje no se enfrenta con la ley ni con la justicia que lo margina, sino con “el otro” ¿De quién se trata? ¿Podemos decir que Fierro lo expulsa y discrimina como el sistema social lo hace con el gaucho? ¿Por qué creés que sucede esto?
b- Este episodio con el moreno se retoma ene l canto XXX (“La vuelta”) ¿Es la misma actitud de Fierro frente al moreno en este pasaje? ¿A qué creés que se debe?
7) En “La vuelta”, existe un deseo explícito, por parte de Hernández, de “mejorar la condición social del gaucho”. Para ello, sostiene que deben dársele derechos, pero también deben señalársele sus obligaciones. De allí la transformación del personaje, cuyos consejos a sus hijos reflejan la intención moralizadora de la segunda parte. Releerlos, y seleccionar cinco estrofas. Transcribirlas y explicarlas con palabras propias.
8) Jorge Luis Borges (1899-1986) imaginó un final diferente para Martín Fierro. En el cuento “El fin” crea un nuevo encuentro con el moreno del canto XXX, en el que el negro venga a su hermano muerto matando al gaucho en un duelo.
a- El poema de Hernández está narrado por el gaucho ¿Quién narra en este cuento? ¿Qué características tiene? ¿En qué momento/s y por qué cede la palabra a los personajes?
b- ¿Qué diferencias se pueden establecer entre el duelo del canto VII (“La ida”) y el del cuento?
c- Borges compuso otro cuento en el que reescribe un pasaje del Martín Fierro como parte de la biografía de Cruz; se llama “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”[1] (1949). Leer el cuento. Comparar el final (“Comprendió que un destino…”) con el de “El fin” y con las referencias al destino en el poema de Hernández. Escribir las conclusiones de dicha comparación en un texto de no menos de 20 renglones)
[1] Ambos cuentos están disponibles en www.huellassobreficcion.blogspot.com
lunes, 15 de agosto de 2011
"El fin" y "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", de Jorge Luis Borges
EL FIN, Jorge Luis Borges
Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo
raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de
pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente... Recobró poco a
poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró
sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía
las piernas. Afuera, mas allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la
llanura y la tarde; había dormido, pero aún quedaba mucha luz en cielo. Con el
brazo izquierdo tanteó, hasta dar con un cencerro de bronce que había al pie del
catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole
los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada
de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de
alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar;
acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese
hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese
contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercios de yerba, se le había
muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de
apiadarnos de las desdichas de los héroes de las novelas concluimos con
apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren,
que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de
América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el
cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.
Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta.
Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico,
taciturno, le dijo con señas que no; el negro no contaba. El hombre postrado se
quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un
poder.
La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un
punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o
parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro,
el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y
vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo
vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar a
paso firme en la pulpería.
Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con
dulzura:
-Ya sabía yo señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
-Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
-Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
-Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise
mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
-Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió
una caña y la paladeó sin concluirla.
-Les di buenos consejos -declaró-, que nunca están de más y no cuestan nada. Les
dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta del negro:
-Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
-Por lo menos a mí -dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta-: Mi
destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la
mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
-Con el otoño se van acortando los días.
-Con la luz que queda me basta -replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y dijo como cansado:
-Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
-Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
-En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al
segundo.
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura
era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y
el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo,
cuando el negro dijo:
-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga
todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando
mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo
sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara
del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o
tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es
intraducible como un música... Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una
embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió
en una puñalada profunda, que pentró en el vientre. Después vino otra que el
pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmovil, el negro parecía
vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió
a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero,
ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y
había matado a un hombre.
"BIOGRAFÍA DE TADEO ISIDORO CRUZ", Jorge Luis Borges
Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda. La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones. Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad. En 1849, fue a Buenos Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración. Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad. Uno de los peones, borracho, se burló de él. Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía. Probó el cuchillo en una mata: poro que no le estorbaran en la de a pie, se quitó las espuelas. Prefirió pelear a entregarse. Fue herido en el antebrazo, en el hombro, en la mano izquierda; malhirió a los más bravos de la partida; cuando la sangre le corrió entre los dedos, peleó con más coraje que nunca; hacia el alba, mareado por la pérdida de sangre, lo desarmaron.